domingo, 13 de mayo de 2018

Bodega Guzmán.



Está en un sitio privilegiado  en plena Judería, en la puerta de Almodóvar, a unos minutos de la Mezquita. Auténtica taberna cordobesa anclada en el pasado, sin aditivos ni conservantes, sombría, parca en adornos. No esperéis esferificaciones o deconstrucciones, no espereis grandes platos elaborados, grandes decoraciones o camareros vestido de negro. Es una taberna que su encanto reside en lo que es, natural, nada de pega. El olor a vino desde la puerta no es apto para sibaritas de medio pelo. La decoración de unos cuadros de toros y las botas donde se cría fino de Montilla-Moriles. No cometan ustedes la osadía esa de pedir un  Jerez o una manzanilla, está usted en la Córdoba profunda. Directamente el camarero lo mandará a freír espárragos

Los turistas  que vienen de visitar la vecina Sinagoga pasan por la puerta todos los días por cientos, pero al no ver más que parroquianos nativos sentados en los poyos, algunos  con su sombrero cordobés, tiran para atrás. Si el dueño colgase un letrero que dijera algo así como “Typical andalusian tavern”, se hacía de oro, pero está claro que es un senequista de los antiguos. 

 Una taberna de que no existir habría que inventarla, pero por desgracia, ya quedan pocas, y de hecho ésta quizás sea la más fiel junto con El Gallo  en toda Córdoba. Un sitio para beber vino. De hecho, antes, a mitad del siglo XX, a quien pedía algo de comer en una taberna le mandaban directamente a su casa, que aquello era un sitio para beber vino, no una fonda.
Estamos ante una taberna de los años 50 que milagrosamente ha sobrevivido intacta. Un sitio donde aún se reúnen los pocos clásicos que van quedando en la zona. 
Los que busquen modernidad están en el sitio equivocado.







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